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miércoles, 21 de julio de 2010

Una mañana triste y con indiferencia

Tristeza e indiferencia fueron las dos actitudes que se observaron la mañana del 10 de marzo de 1993 cuando partió el último tren de pasajeros de la estación Neuquén a Constitución en Buenos Aires. Durante 91 años en forma periódica la formación metálica había unido este punto geográfico de la Patagonia con la entonces Capital Federal y desde esa estación es de donde surgió el desarrollo, la comunicación, el contacto con el mundo. Había mucha tristeza en los jubilados que utilizaban el servicio para trasladarse a Buenos Aires sin la urgencia de los tiempos y la comodidad de otros transportes. En un vagón viajaban dos mujeres quienes, alejadas de la ideología neoliberal del momento y el repiqueteo constante de que el Estado bobo era pésimo empresario, verbalizaban con lujo de detalles las bondades del medio de transporte para pasajeros que iba a dejar de existir. El personal de la estación tenía la cara larga y se permitía dudar de que realmente el tren de pasajeros no iba a circular más por esas vías. Fuera del andén la ciudad tenía su ritmo. Parecía que a nadie le importaba que el tren no iba a circular más. Por ese paso a nivel que un intendente derribó a la fuerza porque las autoridades del ferrocarril ponían horarios estrictos a la apertura y cierre que dividía la ciudad en dos, el Alto y el Bajo, circulaban con velocidad los automovilistas preocupados por otras urgencias. Es que ir en tren a Buenos Aires costaba 52 pesos, el pasaje en avión costaba 90 pesos y el colectivo 45, en los que se llegaba en 24 horas (con suerte), dos horas y doce horas respectivamente. Hubo mucha tristeza en los habitantes que habían sobrevivido en las casas de la Colonia Ferroviaria que supieron ser un oasis de confort urbano en medio del desierto. Fueron mudadas a Colonia Valentina antes del severo ajuste en Ferrocarriles Argentinos y la venta a Ferrosur. Esa sensación de desamparo en habitantes de mayor edad confrontaba con el desaire de los más jóvenes que hacían gala de emprendedores y yuppies y que consideraban, con cierto desdén, que el Estado gasta mucho en servicios ineficientes. Pasó mucho tiempo de eso.

Fuente: LaMañanaNeuquen

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